6. Mar
Había pasado un buen rato desde que Ilunkara saliera de casa dejando a su hermana con la palabra en la boca y cara de pena al ver cómo rechazaba de nuevo su compañía.
Y no es que en el fondo no le diera pena, pero es que eran demasiado distintas. Siempre lo habían sido, pero cuando eres pequeño las diferencias casi no importan, sin embargo cuando creces... las cosas cambian. Y más cuando habéis tenido unas vidas tan distintas. Ilargi nunca lo entendería.
A pesar del calor, Ilunkara vestía de negro y llevaba unas pesadas botas, negras también. No parecía que ninguna de las dos cosas le molestaran. Pasando de largo la playa y la zona del puerto, donde los barcos estaban atracados, llegó hasta unas rocas que se adentraban cerca de 300 metros en el mar. No tenía nada mejor que hacer, así que comenzó a caminar por ellas.
A mitad de camino, sin embargo, se detuvo. Aunque estaba sola, temía alejarse demasiado. Acercándose a uno de los lados, descendió por las rocas hasta llegar a una de las más bajas, en donde a veces llegaban algunas gotas de agua salpicadas por las olas. Unos cangrejos se alejaron corriendo al verla acercarse. Suspirando, Ilunkara se sentó en la roca con los brazos apoyados sobre las rodillas, mirando al mar, pensando.
¿Qué demonios había hecho desde que vivía de nuevo con sus hermanos? No se había dedicado más que a gruñir y a alejarlos de ella. Le traía sin cuidado que se alegraran de verla viva, porque no tenían ni idea de todo por lo que había pasado. También ella había asumido que se los habían cargado a todos, y el reencuentro no había sido tan emocionante como podría esperarse. Al fin y al cabo, ¿qué razones tenía para alegrarse? Eneko era un idiota que nunca se daba cuenta de nada y que se dejaba manejar por una cualquiera, Ilargi era una niña tonta y pija con la cabeza en su propio mundo de fantasía, y Elur pasaba de todo lo que ocurriera. ¿Cómo iba a alegrarse de tener una familia así? Lo único bueno que había sacado de todo ese asunto era poder tener una casa donde vivir, si es que se le podía llamar casa a esa caja de zapatos llena de locos.
Sacudió la cabeza, enfadada consigo misma. Ese hilo de pensamientos sólo estaba consiguiendo amargarla más. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? ¿Actuar de manera normal, como si nada hubiera ocurrido? ¿Como si fueran una familia normal? Una familia normal sin padres, claro, lo cual ya le quitaba toda la "normalidad" que pudiera tener. No, no podía hacer eso. Y el caso es que no tenía ni idea de lo que iba hacer.
Así que, mientras pensaba, dejó que las horas pasaran en esas rocas junto al mar, escuchando el sonido de las olas y dejando que el viento de la costa le revolviera el pelo.