Katsuo abrió los ojos

Katsuo abrió los ojos.
El silencio reinaba en la cálida habitación.
Al percatarse del lugar en que se encontraba, sintió un dolor recorrerle la espalda y el cuello. Se había quedado dormido junto a la cama, de rodillas en el suelo, la cabeza y los brazos sobre la colcha.
Se incorporó despacio, mirando a su alrededor.
En esa misma cama, dentro de ella, dormía Kenji. Katsuo sabía que era mejor no despertarlo.
Restregándose los ojos, se levantó del suelo. Volvió a mirar a su alrededor.
Esa no era la habitación de su hermano. Tampoco era su habitación. Por la decoración y las dimensiones, podría perfectamente haberlo sido, pero no lo era.
Una habitación extraña.
La luz era tenue. Las cortinas y las ventanas estaban cerradas, igual que la puerta. Katsuo se acercó a la ventana más próxima, y echó un vistazo afuera apartando la cortina con la mano.
Nieve. Sólo nieve y más nieve. Estaba nevando, y lo único que se veía fuera era blanco, nada que le dijera dónde estaban.
Miró a la cama donde Kenji seguía durmiendo. Despacio, se acercó a él para despertarle, zarandeándole con suavidad.
- Kenji, despierta. Tienes que ver esto. Venga, despierta, luego te dejaré que sigas durmiendo, te lo prometo.
Katsuo repitió lo mismo durante unos pocos minutos, pero Kenji seguía dormido. Cuando empezaba a sentir que algo extraño ocurría, se sobresaltó al oír una voz a su espalda.
- Tu hermano no va a despertar.
Al mirar, encontró a una joven muy familiar para él, cómodamente sentada en una butaca, elegantemente vestida.
- Tu hermano no va a despertar. – Repitió. Su voz era de terciopelo.
Katsuo se acercó a ella con precaución, empezaba a recordarla. La noche en la nieve.
- ¿Estamos en tu casa? Gracias por traernos...
- ¿Mi casa? – Preguntó extrañada. – En absoluto, esta es vuestra casa.
- Pero... – Katsuo no pudo seguir.
- Tú me pediste ayuda. Y yo os ayudé. Me disteis vuestras almas, y yo os llevé conmigo. Estamos donde tú decidiste que querías estar. No importa si no lo sabes o no lo conoces, estás justo en el lugar que querías.
- Yo... yo no... – Katsuo no sabía qué decir.
- Mi niño... – la muchacha se levantó y fue junto a él, abrazándolo contra su pecho. De cerca, parecía mucho más frágil y sobrenatural, casi no parecía humana.
Entonces, Katsuo recordó. El orfanato. El fuego. Los gritos. El peso de su hermano. La nieve, la oscuridad. El frío. “Kenji, despierta”. La desesperación. La muchacha. La nada.
Sin poder soltarse de su agarre, Katsuo cerró los ojos con fuerza y gritó.
Estaba aterrorizado.
Gritó de terror, durante lo que a él le pareció un siglo. Luego, agotado, se desplomó en el suelo. De rodillas, sentado sobre sus propias piernas, y con la mirada perdida.
- Kenji no está muerto. – Murmuró, al fin.
- Kenji no va a despertar – le respondió ella con dulzura.
- Despertará. Sólo está cansado, es eso nada más. Le cuidaré y se pondrá mejor, y entonces despertará.
Ella calló. Sabía que eso no iba a ocurrir. Pero también sabía, que el niño nunca cambiaría de opinión.
- Ya lo verás, sólo tengo que quedarme con él y cuidarle.
Apartando los brazos que aún lo acariciaban con suavidad, se arrodilló de nuevo junto a la cama de su hermano. Ella los miró con tristeza.
- Cuídale mucho.
Katsuo ni siquiera la oyó marchar.